A veces nos preguntamos que le
lleva a alguna gente a viajar constantemente o incluso sencillamente al mero
hecho de viajar.
Muchos pensaron que había tenido un
ataque de chifladura cuando les dije que me iba a viajar por países en vías de
desarrollo en vez de hacerlo por Paris o Londres, que todo sea dicho de paso
también los he visto en más de una ocasión, dormir en lugares extremos, comer
una vez al día si las circunstancias lo ponen así, hacer 15 horas en un autobús
de los años 50, pasar frío o calor, etc… Mochilear por el mundo puede ser agotador
física y psíquicamente. Éstas situaciones te las ahorrarías si estuvieses
haciendo turismo en Montmartre o en un “Hotel con encanto” de la Sierra de
Gredos, dos posibilidades absolutamente respetables y muy bonitas pero que
ahora no tienen su momento, quizás haya que dejarlo para cuando tengamos
bastón.
Cuando viajas por Madagascar,
India, Laos o el centro de China, tienes la sensación de sentirte libre, de que
el tiempo se transforma, los días parecen meses y los meses años, y de que sólo
existe el momento presente, aquí y ahora, sin pasado ni futuro, la sensación de
completa presencia, de que todo se vuelve nuevo, de estar despierto y
plenamente consciente. Viajar sin otra obligación que la de levantarse cada día
en un lugar distinto es la esencia de la libertad y para mí de la felicidad,
cuando has probado esa miel, la rutina y las obligaciones son amargas como el Cinard.
Me gusta conocer el lugar y a sus
gentes, poder mezclarme en el entorno, visitar los mercados, ir libre y sin las
ataduras que te impone un grupo organizado por un Tour operador, ya que eso
sería como enjaularme y que lo que alguna gente llama estrés por tener que
preparar un viaje o decidir si te quedas una noche más en esa ciudad o te vas a
otra a buscar alojamiento... es para mí elegir mi camino, ser libre, dejarme
llevar por mis actos y por los acontecimientos.
Cuando viajas por esos países, no
hay que caer en el mito de que mucha gente que conoces y que no tienen casi de
nada, son tan felices con su situación. Cierto es que esta gente tan pobre es
feliz, pero no dudes que envidiarían estar en nuestra sociedad occidental con
todas nuestras comodidades, poder ir a la escuela, poder llevar a sus hijos al
médico, ser como nosotros una persona jóven al llegar a los 40 años y no un
anciano a los 30, tener una esperanza de vida de 80 años y no de 50, etc...
La lección que hay que aprender de
esta gente tan humilde y generosa que se conoce en los viajes, no es otra más
que la de ser feliz con lo que se tiene.
Bien es cierto que ya va siendo
hora de desmitificar un poco el "viaje", de reducirlo a lo que
realmente es en la mayoría de los casos: Escapada, desconexión temporal,
turismo más o menos autojustificado en función de los intereses culturales de
cada uno, o la búsqueda de experiencias que nos emocionen y, por unos
instantes, nos hagan sentir esa "plenitud" que todos hemos sentido
alguna vez. Son pocos los casos en los que el viaje se convierte en un modo de
vida, ya que las obligaciones que nos hemos autoimpuesto no nos lo permitirían,
pero incluso esas escapadas o desconexiones temporales sin llegar a ser modos
de vida sólo pensados para viajar están más que justificadas y son plenamente
válidos si te ayudan a acercarte a esa libertad.
Cuando me preguntan por los motivos
por los que viajo, me podría pasar horas hablando ya que haber hay decenas. Hay
gente que viaja por el tan solo hecho de desconectar de su rutina diaria, otros
por conocer paisajes bellísimos que han visto en películas o leído en novelas,
otros por probar aquel plato típico, otros por hacer un trekking en las
montañas en algún lugar espectacular, pongamos Torres del Paine por ejemplo,
otros por nadar entre delfines en el Caribe, y así hasta el infinito, yo quizás
por un poco de todo eso.
Cuando vuelves te das cuenta de lo
afortunados que somos aquí en cuanto a lo material y lo poco que valoramos la
vida. En nuestra sociedad occidental si no te funciona el móvil un día, es una
desgracia. Por favor, pongamos las cosas en perspectiva.
Hay cosas en las que hemos errado
en nuestra sociedad. Es un error creer que nuestra obligación es convertir
nuestras vidas en un proyecto profesional cargado de obligaciones.
No tiene ningún sentido trabajar 8
horas al día o más, descansar 1 ó 2 días a la semana, trabajar 11 meses para
tener sólo 1 de vacaciones, en el mejor de los casos, vivir más tiempo
trabajando que viviendo e intentar darle sentido a tu vida, casándose, con
hijos, intentando ascender a toda costa, aficionándose al pádel, etc. (Sin
ánimo de ofender a nadie).
Ahora si me doy cuenta de que la
frase trabajo para vivir, no vivo para trabajar es mentira. Todo el mundo vive
para trabajar y sobre todo trabajan para seguir trabajando.
Cuando viajas empiezas a
preguntarte qué sentido tiene trabajar para que la mitad de tu sueldo se lo
lleve un banco en conceptos de intereses, o por qué hay que tener un coche si
en tu viaje fuiste en mula, camello, tren o autobús desvencijado.
A la vuelta de cualquier viaje te
das cuenta que todo sigue prácticamente igual que cuando te fuiste, por mucho
tiempo que haya pasado, lo único que ha cambiado eres tú, aquí sigue la misma
forma de vida, los mismos comentarios, el mismo trabajo, las mismas ropas, los mismos
gestos, las mismas aficiones, las mismas vacaciones en la costa mediterránea...
De lo más bonito que te puede
ocurrir cuando regresas de un viaje largo, es que empiezas a cuestionarte
muchísimas cosas que antes ni te planteabas, empiezas a darle importancia a
cosas que antes ni si quiera eras consciente de que existieran.
A mí me encanta viajar y,
lógicamente, los viajes son unos de los momentos de mi vida en los que soy más
feliz, pero también soy feliz por tener un trabajo que me permite viajar, una
familia con la que compartir los viajes, una vivienda digna, etc...
Puedo deciros con rotundidad que
cuando viajo tengo los momentos más felices del año. La sensación de libertad,
plenitud y un estado de euforia permanente no son posibles en mi rutina diaria.
Dicen que el secreto para romper con la rutina es aprender algo nuevo que te
interesa todos los días, hay que hacerlo.
Sobre mi viaje, pues eso ya lo
sabia… a casi nadie le interesa demasiado, ni tampoco lo que hayas podido vivir
durante ese tiempo, eso no me importa lo mas mínimo y ya lo tenia claro antes
de partir.
A la segunda historieta del viaje
que cuentas en una reunión de amigos, la gente ya te mira como un snob y como
si les estuvieras restregando que he estado en tantos sitios, cuando no se dan
cuenta que si has estado viajando varios meses, como no hables de los sitios
que has visitado, poco tienes que contar. Así que toca morderse la lengua y
soportar las conversaciones del equipo de fútbol de turno, del programa de
televisión de moda, o lo que es peor: Del gimnasio…
En la mayoría de los casos no
puedes compartir tus recuerdos del viaje con nadie porque a la gente
sencillamente no le interesa, en la misma medida que a tí tampoco te interesa
la mayoría de lo que ellos cuentan.
Lo que sí que me afecta es ver que
la mayoría de gente ha vivido su particular día de la marmota durante ese
tiempo.
Mucha gente me ha preguntado cual
es el mejor país del mundo, donde me quedaría a vivir, que sitio ha tenido un
encanto que te atraparía para toda la vida, y la respuesta al final es siempre
la misma: España. Porque a pesar de todas sus maldades es el país donde has
nacido, donde están las personas a las que quiero y sé que me echan en falta,
donde hablan tu idioma y donde conoces y participas de tu cultura, y todo ello
no lo cambiaría por nada.
Os animo a todos a viajar, a
descubrir y a participar de este mundo que tenemos en nuestras manos y que está
mucho más cerca de lo que todos creemos.
Rafael Gómez Ayala.